Están fuera de los circuitos comerciales al uso, ya sean artísticos o mercadotécnicos. Puede que sus realizaciones no tengan aún el eco que les corresponde, o que, aunque hayan subido el primer peldaño de “la fama” e iniciado una brillante carrera, todavía se encuentren tomando pista para despegue. En otros casos, quizá hayan sucumbido, sean propensos o posean cierta inclinación al “malditismo”, o como poco te salgan por peteneras con impulsos de rebeldía justificada. Y además son sevillanos, o hijos adoptivos, un hándicap añadido si no eres imaginero o practicas alguna disciplina relacionada con la Semana Santa y las vírgenes. Y sin embargo les veo yo –para mí– un algo que me induce a pensar que han llegado, van a llegar o deberían llegar lejos, muy lejos, más allá de las fronteras del mercado, como dice Rory Gallagher, a “un millón de millas de aquí”.
Independientemente de que hayan encontrado o no, o esté por llegar, el reconocimiento que merecen en los círculos que mandan en las cosas, no cabe duda de que crean belleza, de que envuelven sus trabajos con el delicado velo de la sensibilidad, de que imprimen honestidad y buen hacer a sus realizaciones.