Esta es la primera entrega de una serie de post en los que voy a rendir culto a algunas de las "
almas grandes" que para mí son especialmente entrañables. Estos personajes no han sobresalido precisamente por haber conseguido una relevante aceptación social o popularidad, en el término extensivo de la palabra. En todo caso, sus particulares historias han obtenido una limitada repercusión, casi siempre fuera de los círculos convencionales, y unas más que otras están marcadas con un perceptible tufillo de marginalidad. No obstante, para mí son dignos merecedores de figurar como personajes excepcionales, "
buena gente", que diría "
el cazador" –a quien haré referencia en una próxima entrada–.
Todos ellos, por una u otra causa, a lo largo de sus procelosas vidas han pasado por avatares trascendentales que han contribuido a forjar espíritus libres, inocentes y puros, y a conformar fuertes personalidades con un alto concepto de la ética más que de la moral del "establishment". Por el camino han ido modelando su carácter al margen de, o contra, convencionalismos, reglas de comportamiento y modos de pensar enmarcados dentro de los usos y costumbres socialmente aceptados. La intensidad con la que se dedicaron a experimentar el paso de la vida ha contribuido a fomentar el recelo de algunos de sus semejantes, más que hacia ellos mismos, hacia lo que representan; lo que les lleva indubitablemente a ser juzgados dentro de unos cánones morales, prácticos, formales y clínicos que les son ajenos, no comprenden o de los que reniegan, cada uno de ellos por sus propios motivos.
Como no acepto las reglas de esos juicios de valor, lo que verdaderamente me importa es qué de bueno puedo sacar de sus experiencias, de sus vidas y de su verdad. No es mi intención aleccionar, influir o disertar sobre sus historias, entre otras cosa porque no las conozco lo suficiente; me interesa más mirar en el interior de sus "almas grandes" para aprender lo que pueda, por eso me centro en cómo las percibo y porqué las admiro.