martes, 15 de julio de 2014

"Mahatmas" entrañables: Christopher McCandless

Esta es la primera entrega de una serie de post en los que voy a rendir culto a algunas de las "almas grandes" que para mí son especialmente entrañables. Estos personajes no han sobresalido precisamente por haber conseguido una relevante aceptación social o popularidad, en el término extensivo de la palabra. En todo caso, sus particulares historias han obtenido una limitada repercusión, casi siempre fuera de los círculos convencionales, y unas más que otras están marcadas con un perceptible tufillo de marginalidad. No obstante, para mí son dignos merecedores de figurar como personajes excepcionales, "buena gente", que diría "el cazador" –a quien haré referencia en una próxima entrada–.

Todos ellos, por una u otra causa, a lo largo de sus procelosas vidas han pasado por avatares trascendentales que han contribuido a forjar espíritus libres, inocentes y puros, y a conformar fuertes personalidades con un alto concepto de la ética más que de la moral del "establishment". Por el camino han ido modelando su carácter al margen de, o contra, convencionalismos, reglas de comportamiento y modos de pensar enmarcados dentro de los usos y costumbres socialmente aceptados. La intensidad con la que se dedicaron a experimentar el paso de la vida ha contribuido a fomentar el recelo de algunos de sus semejantes, más que hacia ellos mismos, hacia lo que representan; lo que les lleva indubitablemente a ser juzgados dentro de unos cánones morales, prácticos, formales y clínicos que les son ajenos, no comprenden o de los que reniegan, cada uno de ellos por sus propios motivos.

Como no acepto las reglas de esos juicios de valor, lo que verdaderamente me importa es qué de bueno puedo sacar de sus experiencias, de sus vidas y de su verdad. No es mi intención aleccionar, influir o disertar sobre sus historias, entre otras cosa porque no las conozco lo suficiente; me interesa más mirar en el interior de sus "almas grandes" para aprender lo que pueda, por eso me centro en cómo las percibo y porqué las admiro.


«CHRISTOPHER McCANDLESS (ALEXANDER SUPERTRAMP)»

«27 de abril de 1992
¡Recuerdos desde Fairbanks! Esto es lo último que sabrás de mí, Wayne. Estoy aquí desde hace dos días. Viajar a dedo por el Territorio del Yukon ha sido difícil, pero al final he conseguido llegar. Por favor, devuelve mi correo a los remitentes. Puede pasar mucho tiempo antes de que regrese al sur. Si esta aventura termina mal y nunca vuelves a tener noticias mías, quiero que sepas que te considero un gran hombre. Ahora me dirijo hacia tierras salvajes.
ALEX
[Postal recibida por Wayne Westerberg en Carthage, Dakota del Sur.]»
Jon Krakauer escribió una bonita y trágica historia sobre el periplo que recorrió un universitario que decidió deshacerse de todas sus pertenencias e iniciar un viaje en busca de su destino. El joven Christopher McCandless firmaba con el seudónimo de Alexander Supertramp el diario que sirvió como base para la investigación y publicación del libro Into the Wild. Posteriormente, Sean Penn, tras quedar impactado con la historia, realizó la película Hacia rutas salvajes, basada en dicho libro.

La sinopsis narrativa puede enmarcarse dentro del conflicto entre el mundo civilizado y el mundo natural. Un escenario que ofrece una reflexión sobre el evolutivo alejamiento de la naturaleza a que nos ha llevado el progreso.

Tras una infancia y una adolescencia bastante tormentosa, después de su graduación Chris McCandless donó sus ahorros a obras de caridad e inició un viaje a través de Arizona, California y Dakota del Sur con el sobrenombre de "Alexander Supertramp". En este periplo americano trabajó en el campo y en otros empleos en los que mantuvo una estrecha relación con la gente, pero alternaba estos periodos con otros sin ocupación alguna: vagabundeaba, se encontraba en la calle sin dinero, se aislaba y perdía todo contacto con los demás. En esta época no faltaron vicisitudes y avatares que pusieron su vida en riesgo, sobre todo durante sus incursiones campestres, ya que poseía una preparación teórica básica sin la debida experiencia.

Christopher tenía el sueño de internarse en los bosques de Alaska y llevar una vida en comunión con la naturaleza, alejado de lo que consideraba el hipócrita y corrupto modo de vida civilizado. Idealizaba sobre una supervivencia autosuficiente gracias a la caza de animales y los alimentos que la tierra pudiera proporcionarle. Reafirmaba sus pensamientos con la lectura de Tolstoi y llegó a la conclusión de que el hombre necesitaba evolucionar física y espiritualmente hacia planteamientos acordes con el desarrollo en el medio natural en connivencia con la naturaleza, no en confrontación con sus imponentes fuerzas.

En abril de 1.992 llegó en autostop hasta Fairbanks, Alaska. Desde allí, James Gallien lo trasladó a Stampede Trail y durante el viaje pudo percatarse de la temeraria hazaña que Chris pretendía acometer, con precarios medios materiales y sin ninguna preparación. No conocía el terreno, no llevaba mapas ni equipo suficiente. Gallien intentó convencerlo para que abandonara el plan e incluso, ante su tozudez, se ofreció a acompañarlo a Anchorage para que por lo menos se aprovisionara del equipamiento necesario. El joven rechazó la ayuda y sólo aceptó un par de botas de goma y un simbólico avituallamiento.

Tras caminar por la tundra, cerca del Parque Nacional Denali, encontró un autobús abandonado que perteneció a una compañía constructora que lo instaló al lado del río Sushana, junto a otros dos vehículos, para alojar a los operarios encargados de asfaltar la pista forestal usada para la minería. Lo bautizó como "el autobús mágico" y decidió instalarse allí.

Durante los casi cuatro meses que permaneció en el lugar mantuvo el diario que sirvió como base para el libro antes mencionado.
«Hace dos años que camino por el mundo. Sin teléfono, sin piscina, sin mascotas, sin cigarrillos. La máxima libertad, un extremista, un viajero esteta cuyo hogar es la carretera. Escapé de Atlanta, jamás regresaré. La causa: "no hay nada como el oeste". Y ahora, después de vagar dos años por el mundo, emprendo mi mayor y última aventura. La batalla decisiva para destruir mi falso yo interior y culminar victoriosamente mi revolución espiritual. Diez días y diez noches subiendo a trenes de carga me han llevado al magnífico e indómito Norte. Huyo del veneno de la civilización y camino sólo por el monte para perderme en una tierra salvaje. (Alexander Supertramp, 1992)»

Durante su estancia en el bosque, Christian se nutrió de bayas y frutos que recolectaba ayudándose de un libro didáctico y cazando alguna pieza –lo que celebraba con inusitada alegría y satisfacción-. Más mal que bien supo mantenerse con vida y combatir los rigores del bosque y del clima. No obstante, la desnutrición y, posiblemente, la intoxicación por la ingerencia de semillas venenosas acabaron con su vida después de que intentara regresar pero encontrara el camino cortado por la crecida del río Teklanika.

Un grupo de cazadores de alces encontró el cuerpo sin vida de Chris metido en su saco de dormir con apenas 30 kilos de peso. Había una nota en el autobús que decía:

«Atención a posibles visitantes. S.O.S. Necesito ayuda. Estoy herido, próximo a morir y demasiado débil para emprender una caminata. Estoy completamente sólo, no es ninguna broma. En el nombre de Dios, por favor quédese aquí para salvarme. Estoy recolectando bayas cerca de aquí y volveré esta tarde. Gracias, Chris McCandless. Agosto.»

Su situación era tan desesperada que ni siquiera firmó la nota como Alexander Supertramp. El día 12 de agosto realizó la última anotación en su diario. En el reverso de la última página del libro Educación de un hombre errante dejó escrito:

«He tenido una vida feliz y doy gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos.»



«INTERIORIZANDO»

Hijo del prestigioso ingeniero de la NASA Walt McCandless y de su segunda esposa Billie, Chris poseía una personalidad muy independiente que le llevaba a mantener sus ideales y opiniones hasta los últimos extremos, lo que chocaba frontalmente con el carácter autoritario y controlador de su padre.
-Es curioso; ambas actitudes provocan una fuerte confrontación entre dos personas, padre e hijo en este caso, pero esa misma oposición que ejercen el uno contra el otro les hace mantener aspectos en común, aunque sean negativos, los dos son intransigentes y excitables.-
Subrayo estas cuestiones porque, como he anticipado, me interesa la vertiente humana del personaje tanto como la historia en sí, por muy bella que sea, que lo es. Entender porqué y cómo se anda el camino es más fructífero que el hecho de concluirlo, como todos sabemos.

Durante su adolescencia Chris se sometió a la autoridad de su padre hasta extremos sorprendentes, pero fue acumulando un profundo resentimiento hacia él. La obsesión le llevó a percibir y resaltar sus defectos morales, a interpretar su cariño condicionado como un gesto de tiranía y a aborrecer la hipocresía que representaba su estilo de vida, más aún cuando descubrió que seguía manteniendo relaciones con su primera esposa Marcia, en una doble vida que llevó hasta los extremos de distribuir su tiempo entre los dos hogares familiares y engendrar un hijo con su primera mujer dos años después de que Chris naciera. El terrible dolor que estos hechos debieron causarle lo llevaron a rebelarse con la desmesura que siempre le había caracterizado y rompió con su modo de vida, su familia y su entorno.
-Al margen de la actitud con que se afronten acontecimientos de esta naturaleza; independientemente de la negatividad o el sentido positivo que alberguen unas y otras de las decisiones que puedan tomarse en esas circunstancias, del acierto, magnitud e idoneidad de nuestras respuestas y sus repercusiones, de lo que no me cabe la menor duda, lo que me resulta fácilmente comprensible, es el fuerte resentimiento que habría crecido en el muchacho hacia su padre. Ese sentido castrense del orden y la disciplina, ese carácter firme y estricto, su dureza, intransigencia y autoritarismo sólo eran aplicables a su familia, y a Chris en particular. Mientras que el muchacho debía someterse y aceptar su jerarquía, su tutor, en un hipócrita ejercicio de cinismo sin límites, los había traicionado a todos llevando una falsa vida plagada de infidelidades, mentiras y licencias inaceptables.-
Como indica Krakauer en su libro: «Tras descubrir las circunstancias del divorcio de Walt, tuvieron que pasar dos años para que el odio de Chris empezase a aflorar, pero al final ocurrió lo inevitable. No estaba dispuesto a perdonar los errores de juventud de su padre y aún menos sus intentos de ocultarlos. Más adelante dijo a Carine y a otros que el engaño urdido por Walt y Billie había convertido "toda su infancia en una ficción". Sin embargo, nunca se enfrentó con sus padres para plantearles lo que sabía, ni en aquel momento ni más tarde. En lugar de ello, eligió mantener en secreto una información que le hacía daño y expresar su rabia de modo indirecto, a través de un silencio hosco.[su ausencia]»


Por lo tanto, antes de caer en la descalificación o banalización de lo que fue y significó para Chris el viaje hacia su destino, o incluso de motivar mi admiración por su gesta exaltando su valiente aventura, me ha parecido muy importante establecer algunos antecedentes que, entre otras causas, contribuyeron al emprendimiento de una empresa más consecuente de lo que puede parecer a simple vista. Me interesó tanto el tema cuando mi amigo Ramón me lo dio a conocer que no he parado de indagar sobre aspectos relacionados con el asunto. Así, he podido descubrir que sus circunstancias anímicas y psicológicas marcaron el devenir de los acontecimientos crucialmente, como podría haberle sucedido a cualquier otra persona.

La síntesis es que Chris trataba de alejarse de la sociedad que conocía para intimar con la naturaleza, ¿pero porqué? Quiero decir, más allá de lo obvio. No es lo mismo realizar una travesía por el desierto, viajar al Polo Sur, o escalar el Everest con una ordenada planificación que improvisar una hazaña como la que narra en su diario, casi impulsivamente. La respuesta está en la desesperación. Y qué no seríamos capaces de hacer cuando estamos desesperados, verdadera y profundamente desesperados. El escritor, poeta y filósofo norteamericano Henry David Thoreau, un referente en el periplo de Christian, manifiesta:
«La mayoría de los hombres viven una vida de tranquila desesperación. Lo que llamamos resignación no es más que una confirmación de lo que llamamos desesperación. De la ciudad desesperada pasamos al campo desesperado, y tenemos que consolarnos con la magnificencia de los visones y las ratas almizcleras. Hasta detrás de los llamados juegos y diversiones de la humanidad se encuentra una desesperación estereotípica, aunque inconsciente. No hay diversión en ellos, porque ésta viene sólo después del trabajo. Pero no hacer cosas desesperadas es una característica de la sabiduría.»
Volviendo ahora al texto del libro redactado anteriormente, esa huida que Krakauer expresa como "silencio hosco" va dirigida a su padre, como respuesta de acusadora venganza tras un estado de máxima entrega y sometimiento. Es en ese momento en el que estalla la desesperación y Chris decide aislarse de la injusticia y la falsedad y emprender el camino de la honestidad y de la búsqueda de la verdad.

Influenciado por la lectura de Thoreau, Tolstoi o Jack London, comprende que el único medio en el que puede conseguir la paz en comunión con su espíritu es la naturaleza, como símbolo divino de integridad y el único lugar con la pureza suficiente para albergar la verdad. Y es esta obsesión por la venganza hacia lo corrupto la que retroalimenta su desesperación y dirige sus pasos hacia un final fatal.

Lacan dice:
«Muchos obsesivos luchan por la "única verdad", el "único camino verdadero", "la mujer ideal" y demás, y sus ideales son tan elevados que resultan irrealizables y ningún esfuerzo humanamente posible parece lo suficientemente grande para constituir un genuino paso en dirección al ideal; por lo tanto no hacen nada.»
Pero éste no fue su caso, porque él sí que tomó una decisión –obsesiva- y se movió en una dirección: la de hacer lo contrario de su padre. La rebeldía que late en sus decisiones puede resumirse en las palabras que había subrayado en el libro Walden. La vida en los bosques, de Thoreau, que se encontró en el interior del autobús en el que murió:
«Dadme la verdad antes que el amor, el dinero y la fama. Me senté a una mesa en la que había buena comida y vino en abundancia y un excelente servicio, pero no había ni sinceridad ni verdad; y me marché con hambre de aquel banquete inhóspito. La hospitalidad era glacial como los hielos.»
A pesar de la fuerte impresión que la personalidad de Chris dejó en todos aquellos que lo conocieron (determinación, vitalismo, honestidad…) y el fuerte aprecio que suscitó en muchos de ellos, siempre siguió su camino en solitario. Siempre mostraba esta oscilación entre una fuerte necesidad de relacionarse, para desaparecer luego en la soledad de su camino, de su viaje. Nunca se quedaba demasiado tiempo en ningún sitio, como si por mucho que buscara no llegara a encontrar la verdad, o mejor dicho, su maleable idealización de la verdad. Porque en realidad, esa irrealizable verdad se fragua de la conjunción de dos planos opuestos y asimétricos. De un lado su autoexigencia le obligaba a mantenerse íntegro, a enarbolar la bandera de la honestidad y la bondad –aunque personalmente considero que es imposible artificiar la bondad, o la maldad-, a comulgar con un estilo de vida místico, puro y reclusivo. Sin embargo, por otro, algo le induce a disfrutar y gozar desinhibidamente, a la búsqueda de la libertad sin fronteras ni prejuicios.

Por todo ello, no acepto muchas de las conclusiones que se han sacado sobre el personaje y su fatal aventura. Cuántos de los que han arrojado la primera piedra, aún sin maliciosa intencionalidad, no habrían pasado por peores circunstancias ante un pasado como el que padeció Christopher. Y cuántos habrían tenido la valentía de hacer algo, o muy al contrario, como dice Lacan, ¿no harían nada?


Para mí, la banalización de los acontecimientos es tanto o más hiriente que la descalificación necia e ignorante. Así, pueden encontrarse textos, citas y manifestaciones de agentes relacionados culpando al propio Chris de su trágico desenlace, cómo si eso importara. Incluso he podido leer que un guarda forestal se quejaba del peregrinar de seguidores hacia el "autobús mágico" y las molestias que estos hechos le estaban causando. Tonto, loco, valiente, temerario, desequilibrado o cuerdo, Christopher McCandless fue un verdadero Mahatma.


«INTO THE WILD - JON KRAKAUER»


«NOTA DEL AUTOR:

En abril de 1992, un joven de una adinerada familia de la Costa Este llegó a Alaska haciendo autostop y se adentró en los bosques situados al norte del monte McKinley. Cuatro meses más tarde una partida de cazadores de alces encontró su cuerpo en estado de descomposición.

Poco después del descubrimiento del cadáver, el editor de la revista Outside me encargó un reportaje sobre las desconcertantes circunstancias de la muerte del muchacho. Su nombre resultó ser Christopher Johnson McCandless. Descubrí que había crecido en un acomodado barrio residencial de Washington D.C., donde había sido un excelente estudiante y un destacado atleta.

En el verano de 1990, tras graduarse en la Universidad Emory de Atlanta, McCandless desapareció. Cambió de nombre, donó a una organización humanitaria los 24.000 dólares que guardaba en su cuenta corriente, abandonó su coche y la mayor parte de sus pertenencias y quemó todo el dinero que llevaba en los bolsillos. Luego, se inventó una nueva vida, pasó a engrosar las filas de los desheredados y marginados, y anduvo vagando por América del Norte en busca de experiencias nuevas y trascendentes. La familia no supo nada de su paradero o su suerte hasta que sus restos aparecieron en Alaska.

Trabajando a toda prisa a causa del ajustado plazo de entrega, redacté un artículo de 9.000 palabras que se publicó en el número de enero de 1993 de la revista. Sin embargo, seguí fascinado por Chris McCandless mucho tiempo después de que este número de Outside fuera sustituido en los quioscos por otras publicaciones de mayor actualidad. No lograba apartar de mi pensamiento los pormenores de la muerte por inanición del muchacho, así como los vagos y turbadores paralelismos que existían entre su vida y la mía. Incapaz de abandonar la historia, me pasé más de un año siguiendo los pasos del intrincado viaje que lo llevó a morir en los bosques de Alaska y me dediqué a rastrear los detalles de su peregrinación con un interés que rayaba en la obsesión. En mi intento de comprender las motivaciones de McCandless, fue inevitable que terminara reflexionando sobre temas más amplios, como la fuerte atracción que ejercen los espacios salvajes sobre la imaginación de los estadounidenses, el hechizo que poseen las actividades de alto riesgo para los jóvenes de cierta mentalidad, o el complicado y tenso vínculo que existe entre padres e hijos. El presente libro constituye el resultado de todas esas divagaciones y pesquisas.

No pretendo ser un biógrafo imparcial. La extraña historia de McCandless despertaba en mí unos sentimientos que impedían una interpretación desapasionada de la tragedia. Sin embargo, a lo largo del libro he intentado minimizar mi presencia como autor, algo que creo haber logrado, cuando menos en parte. En cualquier caso, quiero advertir al lector que interrumpo el hilo de la historia principal con fragmentos de una narración inspirada en mi propia juventud. Lo hago con la esperanza de que mis experiencias arrojen un poco de luz sobre el enigma de Chris McCandless.

Nuestro protagonista era un joven apasionado y vehemente; poseía una veta de obstinado idealismo que difícilmente casaba con la vida moderna. Cautivado durante mucho tiempo por la obra de León Tolstoi, admiraba en especial al gran novelista ruso por el modo en que había renunciado a una vida de riqueza y privilegios para vagar entre los indigentes. En la universidad, McCandless emuló el ascetismo y el rigorismo moral de Tolstoi hasta un extremo que sorprendió y no tardó en alarmar a las personas que le eran más próximas. Cuando se adentró en las montañas del interior de Alaska, no abrigaba falsas expectativas y era consciente de que no hacía senderismo por un paraíso terrenal; lo que buscaba eran peligros y adversidades, la denuncia que había caracterizado a Tolstoi. Y esto fue precisamente lo que encontró, peligros y adversidades que al final fueron excesivos.

No obstante, McCandless supo defenderse con creces durante la mayor parte de las 16 semanas de su calvario. De hecho, si no hubiera cometido algunos errores que tal vez parezcan insignificantes, habría salido tan anónimamente del bosque en agosto de 1992 como había entrado en él cuatro meses antes. En vez de ello, sus inocentes equivocaciones resultaron cruciales e irreversibles, su nombre pasó a ocupar los titulares de los periódicos y su desorientada familia no tuvo más remedio que aferrarse al doloroso recuerdo de un amor desgarrado.

Un número sorprendente de personas se ha sentido afectado por la historia de la vida y la muerte de Chris McCandless. La publicación del artículo en Outside generó más correspondencia durante las semanas y meses siguientes que cualquier otro artículo a lo largo de la historia de la revista. Como era de esperar, los puntos de vista expresados en las cartas de los lectores eran muy divergentes: mientras algunos manifestaban un sentimiento de profunda admiración por el coraje que había demostrado y la nobleza de sus ideales, otros lo condenaban por ser un irresponsable, un perturbado, un narcisista que había perecido a causa de su arrogancia y estupidez, añadiendo que no merecía la considerable atención que estaban prestándole los medios de comunicación. Mis convicciones al respecto deberían resultar evidentes en las páginas que siguen, pero corresponde al lector formarse su propia opinión sobre Chris McCandless.

Jon Krakauer
Seattle, abril de 1995
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