«LA HISTORIA»
Según las informaciones contenidas en un suplemento dominical de El País de finales de diciembre de 2008, en un reportaje titulado ¿Quién mató a Kaspar Hauser?, este enigmático personaje alemán del S. XIX, de cuya muerte se cumplían 175 años, fue apuñalado en lo que ahora son los jardines del palacio de Ansbach, en Baviera, el 14 de diciembre de 1833, falleciendo tres días más tarde a consecuencia de las mortales heridas, a la edad de 21 años. Un monolito octogonal de piedra caliza, tres metros de alto y adornos neogóticos, conmemora el trágico acontecimiento con la inscripción "Hic occultus occulto occisus est": Aquí fue asesinado un desconocido de forma desconocida.
Resumiendo parte de la historia de leyenda que rodea al personaje, Kaspar Hauser, un muchacho de 16 años de edad, apareció el día de Pentecostés de 1.828 en una plaza de Nuremberg desastrado e incapaz de articular frase alguna más allá de la retahila: "un jinete como mi padre es lo que yo quiero ser".
Se mantenía en pié con la mirada perdida portando dos cartas en la mano que lo identificaban como Kaspar, dado a luz por una criada en 1812. Los documentos estaban fechados con una diferencia de dieciséis años. Uno firmado por la supuesta madre y otro por quien habría sido su tutor durante los doce últimos años. Cuando los policías que lo detuvieron intentaron comunicarse con él se percataron de que tenía una capacidad intelectual semejante a la de un niño de preescolar. Le cedieron una pluma y el joven escribió "Kaspar Hauser".
El enigma de su procedencia y su fatal desenlace aún no se ha resuelto. En Alemania, la creencia generalizada es que se trataba del desposeído primogénito del Gran Duque Carlos-Federico de Baden, por lo tanto, nieto de Napoleón I, sobrino de la zarina de Rusia, primo de emperadores y heredero legítimo del Gran Ducado de Baden. Menos extendidas, otra voces apuntan a que pudo tratarse de un impostor, de un farsante, un títere en manos de turbios intereses opuestos a la familia ducal.
La historia del proceso sucesorio de la corte de Baden está salpicada de conspiraciones, oscuras alianzas, traiciones y sospechas de envenenamientos y asesinatos. Leopoldo I era el hijo primogénito de la unión en segundas nupcias de Carlos-Federico con su ahijada Luise Geyer von Geyersberg, cuarenta años más joven que él, con quien tuvo cinco vástagos. En el año 1830, todos los miembros de la nobleza que se habían interpuesto entre Leopoldo I, que por nacimiento estaba fuera de la línea sucesoria, y el trono de Karlsruhe estaban muertos. Leopoldo I ascendió entonces al trono después de que su madre, Luise, obtuviera una ejecutoria imperial que ponía a sus hijos en línea sucesoria tras los Zähringer nacidos de la primera unión de su marido.
Tras conocerse la noticia de la enigmática aparición de Kaspar en Nuremberg, la especulación en las cortes alemanas hizo que se extendiera la sospecha de que se trataba del primogénito de la hija adoptiva de Napoleón Bonaparte, Stéphanie de Beauharnais, primera esposa del monarca Carlos-Federico de Baden, por lo tanto, último vástago de la milenaria dinastía Zähringer y heredero del Gran Ducado. Un escollo que su abuelastra Luise pudo sortear cambiándolo en la cuna por un niño moribundo, para allanar el camino al trono de su propio hijo Leopoldo I. Según esta creencia, Kaspar habría sido víctima de conspiraciones desde su nacimiento, recluido y ocultado en el interior de frías mazmorras, sin relacionarse ni comunicarse con semejante alguno -más allá del contacto que mantuviera con la persona que lo custodió-.
Pues bien, como referí al principio, corría el año 1828 cuando los vecinos de Nuremberg se arremolinaron alrededor de aquel extraño muchacho con la curiosidad de quien se acerca a un mono de circo. Un médico lo reconoció después de que la policía lo detuviera y no encontró más discapacidades que las causadas por los años de encierro. El galeno lo describió como un semisalvaje incapaz de articular una frase, que sólo aceptaba pan y agua de la comida que los vecinos le arrojaban como si de un animal se tratara. Esto contribuyó a excitar la imaginación de la época y a extender la noticia por la región de que se había encontrado al "buen salvaje" de Rousseau en el interior de Alemania, "a un ser que encarnaba la más alta inocencia de la Naturaleza", como lo calificó el alcalde en un escrito oficial.
La divulgación del acontecimiento tuvo eco en el jurista y magistrado Anselm von Feuerbach, quien lo liberó y asigno su custodia al estudioso Georg Friedrich Daumer.
Las sospechas que crearon la leyenda dinástica fueron creciendo a medida que se iba conociendo la historia del dócil muchacho ajeno a las costumbres y al habla humanas, que estaba siendo educado con sorprendentes avances intelectuales por el buen profesor Daumer. A ello contribuyó además el primer atentado sufrido por Kaspar en 1829, cuando recibió un fuerte golpe en la cabeza en el sótano de su tutor –aún hoy se desconoce al violento infractor, aunque las sospechas señalan a quien fuera su anterior custodio–.
Las especulaciones e iniciativas, tanto difamatorias como bienintencionadas, para aclarar la verdad sobre el asunto han llegado hasta nuestros días. Después de que en 1996 el semanario Der Spiegel encargara un estudio genético de la sangre encontrada en las ropas de Hauser, depositadas en el museo de Ansbach, se llegó a la conclusión de que el ADN no se correspondía con el de los descendientes de Stéphanie de Beauharnais. Pero ni siquiera una portada a todo color acabó con un mito de 175 años. Los defensores de la hipótesis principesca obtuvieron su satisfacción genética con otro análisis, esta vez de pelo, encargado por el canal de televisión pública ZDF en 2002. Según el forense de Münster Bernd Brinkmann, "no se puede descartar de ningún modo" que Hauser sea descendiente de Beauharnais. El prestigioso Frankfurter Allgemeine Zeitung recordaba que era plausible que Hauser fuera de verdad un Zähringer, y aunque ya no quedan cuestiones dinásticas que resolver, los príncipes de Baden se niegan hoy en día a abrir el panteón donde descansan los despojos del supuesto heredero sin nombre, para concluir la investigación.
«INTERIORIZANDO»
En 1975, tres años después de estrenar Der Zorn Gottes (Aguirre, la cólera de Dios) uno de mis realizadores de culto –citado en otros post–, el alemán Werner Herzog, completó la producción de El enigma de Gaspar Hauser, basada en la historia del muchacho, aunque con ciertas licencias que el propio director hace constar a propósito en la entrevista que el periodista Simon Mizrahi realizó para el Monthly Film Bulletin, una publicación del British Film Institute que circuló entre 1934 y 1991. La nota apareció en el nº 503 de diciembre de 1975.
La película se convirtió rápidamente en una obra maestra del cine alemán, bajo el prisma de la vigencia que el trasfondo cultural de la historia seguía teniendo en una sociedad aburguesada no muy alejada de la de finales del siglo XIX, salvando algunas distancias y los evidentes progresos técnicos. En palabras del propio Herzog, al menos en aquel momento "una sociedad como la nuestra no permitiría a un ser humano como Kaspar vivir en ella. […] La gente se comportaría como una manada de lobos a su alrededor y sufriría el mismo calvario que entonces."
La confrontación que se origina en la relación entre la sociedad y un ser inocente como Kaspar es producto de la negación de la conciencia. Este hecho no sólo provoca un conflicto cultural y moral que coarta la aceptación del muchacho, al que se mira como a un bicho raro, sino que también limita su desarrollo intelectual al constituir una piedra de choque contra la que tropieza una y otra vez.
En definitiva, la esencia del conflicto reside en la naturalidad, integridad y pureza de una persona totalmente carente de prejuicios morales artificiosos, un ser humano intacto que provoca recelo en una sociedad terriblemente inhumana. Y este es el núcleo de la cuestión, la razón del enfrentamiento que hace que las relaciones con Kaspar sean tan traumáticas. De hecho, sólo los niños, los animales, o sus nuevos tutores –cultos e íntegros– son capaces de entenderse con él. Estos últimos, con "la impotencia que late en los idealistas", en palabras del realizador.
El nuevo mundo en el que Kaspar se ve inmerso no le perdona que carezca de los prejuicios latentes en quienes se ven influenciados por la aceptación de las normas jurídicas, reglas sociales, religiosas… hasta las de la propia lógica. No soportan su naturalidad ni su falta de buenas maneras, seguramente porque no lo comprenden, obviamente. Pero yendo más allá me pregunto cuál es la razón para ello, y creo que el motivo es el miedo. ¿A qué? Seguramente a ellos mismos, a su inseguridad colectiva, a la falta de personalismo. Es como si de repente no hubiera Dios, y descubrieran que se puede vivir sin ello. Por eso intentan juzgarlo y condenarlo. Por eso, durante la autopsia, están encantados de hallar alguna anomalía física que los justifique –a ellos mísmos–, alguna malformación cerebral que los legitime. Y aquí, en un elegante ejercicio de inteligencia cinematográfica, Herzog realiza una larga secuencia final en la que puede observarse a un notario saliendo del mortuorio donde se acaba de realizar la autopsia del cadáver de Kaspar. Se trata de un hombrecillo deforme con un defecto en el habla, que se aleja cojeando ligeramente por la calle mientras es seguido por la cámara en un larguísimo plano.
En otro orden de cosas, el joven Kaspar recurría frecuentemente a los sueños buscando la verdad sin encontrar la manera de acondicionarse a nuestro condicionamiento. Esencialmente, se trataba de sufrimiento en estado puro. Aprendió el lenguaje y la escritura y llegó a escribir poesía. Era, en el sentido más puro, un ser incivilizado y sin cultura, pero no un necio ni un idiota –no sabía andar; lo enseñaron a caminar y posteriormente intentó que un gato lo hiciera con dos patas en lugar de cuatro–. Un "alma grande" que padecía por lo que le rodeaba y sufría con el dolor de los demás, a pesar de todo. En palabras de Herzog:
«Hay en nosotros una terrible dificultad, una lucha terrible para comunicarnos, y soledad. Y Kaspar expresa cierto sufrimiento que está en nosotros... Lo que todos hemos tenido que hacer en la infancia: crecer y adaptarnos al mundo y a la vida. Kaspar está brutalmente proyectado al mundo, ya adulto, sin haber visto nada todavía. Es el único caso en la humanidad en que un hombre "nace" adulto. Lo obligan a tener una infancia y una adolescencia en dos años solamente. […] El título alemán de la película es "Jeder für sich und Gott gegen alle" (Cada uno para sí y Dios contra todos). […] El sentimiento de soledad, el sentimiento de haber sido olvidados por Dios e inclusive que Dios está contra los hombres, este sentimiento está constantemente presente. […] Ante los curas, Kaspar se lamenta y dice: "Cuando miro a mi alrededor y veo a la gente, siento realmente que Dios debe tener algo contra ellos".»
Kaspar Hauser permaneció en un sótano atado con un cinturón. Jugaba con un caballo de madera mientras emitía sonidos guturales y gruñidos en un estado casi salvaje, pero no como un animal, mejor dicho, no sintiéndose un animal, ya que era más indefenso y primitivo y carecía de instintos. Pensaba que era natural permanecer atado al suelo y sólo vivir sentado en el piso.
«Verdaderamente ha sido destruido por la sociedad. Ha sufrido tanto en su vida que cuando lo ven tienen ante ustedes el sufrimiento en su estado más puro. Lleva en él toda la soledad, toda la desesperación y toda la desconfianza que un ser humano puede tener en sí mismo. Es simplemente increíble. […] Se ha vuelto negligente con su persona, con su cuerpo y por eso tiene las piernas heridas. Todo deseo de cuidarse a sí mismo le ha sido quitado de la misma manera que le han quitado tantas otras cosas. […] Nadie puede curar las heridas que ya tiene en él.»
La única manera de aproximarse a Kaspar Hauser sin desconfianza era con amor y simpatía. Se me sobrecoge el corazón cada vez que recuerdo algo que según el realizador
"es extraño y conmovedor al mismo tiempo. Una frase que contiene toda la
dignidad del sufrimiento total". Se trata de una ocasión en la que Kasper tomó en brazos a un bebé. Todavía no sabía expresarse correctamente, y sin embargo, con lágrimas en los ojos, espetó:
«Ich bin von alien abgetan»
«Me siento lejos de todo»
«Me siento lejos de todo»
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