viernes, 26 de diciembre de 2014

El Rock, cuando ambos éramos jóvenes - V

Capítulo 5: «Caras B»


«ESTRELLAS FUGACES DE LA CONSOLIDACIÓN»

Mobby Grape, con Alex Skip Spence a la derecha
En los últimos capítulos hemos visto como el Rock se convertía en un fenómeno de masas y cómo las audiencias -los consumidores- auparon al estrellato a grandes figuras -incontestables en la mayoría de los casos, aunque hubo excepciones-. Paralelamente, esas mismas masas relegaron a un segundo plano -en el mejor de los casos- o condenaron al ostracismo a un buen número de artistas y formaciones, muchas veces sin criterio o razón aparente. No faltan ejemplos de decorosos trabajadores de la música que por diversos y heterogéneos motivos no alcanzaron la popularidad suficiente como para ser rentabilizados comercialmente. Sus carreras, tan efímeras como creativas y tan prometedoras como desconocidas, por alguna razón terminaron antes de lo esperado, se torcieron al poco de haberse iniciado o tomaron una dirección opuesta a aquélla con la que se dieron a conocer.

1. Linn County - «Next Time You See Me»
2. Colwell-Winfield Blues Band - «Got A Mind»
3. Smokestack Lightnin' - «Long Stemmed Eyes (John's Song)»
4. Pacific Gas & Electric - «Wade In The Water»
5. Fotheringay - «Silver Threads And Golden Needles»
6. Status Quo - «Sunny Cellophane Skies»
7. The Walker Brothers - «The Sun Ain't Gonna Shine Anymore»
8. Vanilla Fudge - «You Keep Me Hanging On»
9. Moby Grape - «Never»
10. Iron Butterfly - «In A Gadda Da Vida»
11. Eric Burdon & New Animals - «River Deep, Mountain High»
12. 13th Floor Elevators - «You're Gonna Miss Me»

Algunos de los casos más evidentes de la escena rockera de los 60, en este sentido, lo constituyeron agrupaciones como Pacific Gas & Electric, originarios de Los Ángeles, que debutaron en 1968 con el álbum Get it On… Blues. El estreno no tuvo demasiada repercusión comercial a pesar de contener piezas con el ritmo psicodélico de la versión de Wade in the Water o cálidas baladas de corte bluesero, como The Motor City is Burning. Su escaso reconocimiento les llegó con Are You Ready?, en 1970, y el sencillo del mismo título. Contaron en sus filas con el excelente batería de los Canned Heat, Frank Cook. Quizás la frialdad que subyacía en sus interpretaciones les impidió llegar más lejos, pero lo cierto es que dejaron un buen puñado de canciones que merecen una escucha.

Una más que solvente banda ciertamente incomprendida fue la Colwell–Winfield Blues Band. Originarios de la intelectual Boston, hacían una mezcla de jazz, blues y rock, una fusión efectista que se anticipó en parte a su época. Eminentemente influidos por el tañido de B.B. King, incorporaban dos saxos en su instrumentación, lo que proporcionaba un característico ambiente de jazz a sus interpretaciones de blues eléctrico. La mayor parte de las piezas recogidas en sus dos trabajos, Cold Wind Blues (1968) y, en menor medida quizás por su precaria producción, el LP en vivo Live Bust (1970), contienen surcos que te hacen cuestionarte cómo no alcanzaron mayor éxito y difusión. Llegaron a tocar con Van Morrison, acompañándolo en la grabación de Moondance, en 1985.

Linn County procedían del condado de Linn, en Oregon, de donde sacaron su nombre. Eran un grupo demasiado ecléctico e inclasificable. Cuando los escuchas te recuerdan a los Allman Brothers a veces, otras piensas en la Credence, los Doors nunca se van del todo, el mismo B.B. King también está presente en muchos cortes; y los Byrds, John Lee Hooker, Little Richard y hasta Spirit, Sam Cooke, los Animals o los primeros Pink Floyd también se vienen a la cabeza en algunos pasajes. Demasiadas influencias, demasiados parecidos, aunque tal vez en eso resida su extraño encanto. Sólo editaron tres discos, de los que se podría destacar quizás Fever Shot (1969).

Los más integrados en el ambiente hippie californiano, y más concretamente en el meollo de la corriente psicodélica concentrado en la franja de Sunset Strip de Los Ángeles, fueron Smokestack Lightnin' –nombre que sacaron de un tema de Howlin' Wolf que ellos mismos versionaron con habilidad y contundencia–. Aunque durante un tiempo fueron el grupo de la casa del Whiskey–a–go–go, una de las salas más representativas del Sunset, es difícil encontrar referencias y datos sobre la formación. Sólo editaron el LP Off The Wall en 1969, demostrando de lo que eran capaces. Su contenido no tiene nada que envidiar a otros renombrados trabajos de bandas carentes de la magia que estos buenos chicos imprimieron a su efímera producción. A sus actuaciones acudían asiduamente miembros de los Doors y otras figuras de referencia de la época.

Al otro lado del Atlántico Sandy Denny, vocalista de Fairport Convention, dio continuidad a su proyecto personal a través de Fotheringay. La que fuera elegida mejor voz del Reino Unido debutó con su nuevo grupo en 1970, con un álbum sin título que no obtuvo la respuesta comercial esperada, y ello a pesar de ser una obra brillante y aparecer en listas y medios de comunicación. Se disolvieron durante la grabación de su segundo trabajo Fotheringay 2, registrado en 1971 pero que no llegó a editarse hasta 2008. Posteriormente se publicó Fotheringay Essen 1970, con la grabación en directo que se había realizado durante el concierto que dieron en Essen, Alemania, en 1970. Quien fuera su guitarrista, Jerry Donahue, remasterizó las cintas y el trabajo final vio la luz en el año 2011.

Un caso curioso lo constituyen los rockeros Status Quo, provenientes de la City. Tuvieron un sensacional debut en 1968 con el álbum Picturesque Matchstickable Messages from the Status Quo, cercano al pop imperante en las islas, pero con reminiscencias psicodélicas del otro lado del océano. Un interesantísimo LP sorprendente y prometedor. Continuaron en la misma línea con los dos siguientes, Spare Parts y Ma Kelly's Greasy Spoon, de 1969 y 70 respectivamente, para cambiar de rumbo en 1971 con Dog of Two Head, de un corte Hard–rock que ya no abandonarían a lo largo de su carrera. Siempre se han mantenido en un segundo plano, asomando la cabeza de vez en cuando con opciones de una comercialidad que nada tiene que ver ni con sus comienzos, ni con el rock duro que practicaron Led Zeppelin, Thin Lizzy, Bad Company o Deep Purple, por ejemplo, aunque les hayan valido para obtener sonados premios y pasar a la historia de la música en Inglaterra –de la música sin pretensiones diría yo–.

Volviendo a Norteamérica, hay que mencionar a la agrupación californiana de San Diego, Iron Butterfly. Aunque iniciaron su carrera en pleno apogeo psicodélico, en 1966, no editaron su primer y único LP con la formación original hasta 1968. Sin embargo, fue en su segundo trabajo donde apareció la icónica pieza de diecisiete minutos que daba título al álbum, In–A–Gadda–Da–Vida, que les proporcionó celebridad universal. Curiosamente, el éxito de la pieza fue tan contundente que ensombreció el resto de su producción. Sus disputas internas les impidieron actuar en Woodstock, después se separaron y a mediados de los 70 volvieron a reunirse. Aunque nunca alcanzaron la popularidad y difusión que tuvieron originalmente, no hay que olvidar su contribución como uno de los principales precursores del Hard–rock, un estilo caracterizado por su extensa popularidad y que, paradójicamente, ayudó a enterrarlos comercialmente.

«LOS OTROS»

Scott Walker, en 1969. Prototipo de artista incomprendido
Junto a los anteriores ejemplos, enmarcados en la escena pop-psicodélico-bluesera de los últimos capítulos, a lo largo de la historia del rock encontramos un buen número de figuras que pudieron comprobar en carne propia como sus azarosas vidas o sus dificultades para manejarse en el mundo de la farándula se sobrepusieron a su faceta interpretativa y, aunque sus trabajos obtuvieron suficiente eco en la audiencia o alcanzaron cierta significación, sus carreras quedaron eclipsadas por el lado oscuro de sus personalidades. También pueden destacarse algunos prototipos de artistas adelantados a su tiempo que actuaron como versos sueltos, con serias dificultades para encajar dentro de los cánones estilísticos establecidos. Las trayectorias de otros tantos derivaron hacia propuestas tan heterodoxas o experimentales que les resultó casi imposible encontrar seguidores –o mejor dicho mantenerlos–. En otros casos, el éxito les ha sido negado contra todo pronóstico y es difícil sacar conclusiones o encontrar una explicación lógica sobre los porqués de sus grises trayectorias. Y por supuesto abundan las situaciones de conflictividad emocional y mental, de adicciones, casos de evidente falta de carisma, de hermetismo, perdedurismo o marginalidad que dieron al traste con lo que podrían haber sido deslumbrantes carreras que, en una buena parte de los casos, han sido reconocidas con muchos años de retraso. Ante este pintoresco, particular y complejo elenco de geniales creadores, poetas hipersensibles, honrados músicos antiestelares, suicidas, malditos e incomprendidos es difícil emitir una opinión objetiva que sintetice lo que representaron o de lo que formaron parte, precisamente por lo poliédrico de sus personalidades, el inaudito desarrollo de su producción o simplemente por tratarse de casos de verdadera mala suerte, sin justificación lógica aparente.

1. Serge Gainsbourg - «Manon»
2. Nikc Drake - «Northern Sky»
3. Alexander 'Skip' Spencer - «Cripple Creek»
4. Chet Baker - «Almost BLue»
5. Johnnie Ray - «Cry»
6. Badfinger - «Without You»
7. Donny Hathaway - «El Ghetto (The Ghetto)»
8. Captain Beefheart - «Sure 'Nuff'n Yes I Do»
9. Sid Barret - «Dominoes»
10. Todd Rundgren - «Zen Archer»
11. Ry Cooder & Taj Mahal - «Walkin' Down The Line»
12. Mel Brown - «Eighteen Pounds Of Unclean Chitlins»


Anteponiendo la importante dosis de subjetividad que subyace en este apartado, empezaría con Dinah Washington, más conocida como la Reina del Blues, considerada una de las mejores voces de la música negra femenina de todos los tiempos. Originaria de Alabama, donde nació en 1924, es el prototipo de artista sin rumbo fijo. Su trayectoria puede resumirse en el relato de una adolescente de voz tan imponente y sobrada que podía permitirse el lujo de ejecutar una perfecta dicción en medio de estilos marcados por la ruda entonación y pronunciación que correspondía a las capas sociales más bajas –entre las que se encontraba la minoría negra–. Tras ganar un concurso con 15 años, Washington deambuló por el gospell –quizás fuera la primera cantante que ejerció comercialmente en este género como tal–, el blues, el jazz, el R&B y el pop, y fue precisamente este eclecticismo desarrollado durante las décadas de los 40 y los 50 el que le acarreó la crítica mordaz del sector de la prensa más purista. Además, su vida privada estuvo plagada de dificultades: se casó siete veces y su complejo de obesidad la obsesionó hasta el punto de morir por una sobredosis de píldoras de adelgazamiento que ingirió junto a un exceso de alcohol, con tan sólo 39 años. Dejó un buen puñado de éxitos, obtenidos en todas las etapas de su carrera, y aunque siempre contó con el respaldo y el cariño del público no supo manejarse entre el andamiaje de la crítica y la industria, lo que contribuyó en cierta medida a su devastador final.

En una línea similar, podríamos decir que la vida del trompetista Chet Baker (Yale, Oklahoma, 1929-Amsterdam, Holanda, 1988) fue un viaje a ciegas. Considerado desde muy joven uno de los estandartes del cool jazz de los años cincuenta en Estados Unidos, no tardó en engancharse a diferentes sustancias adictivas que condicionaron su carrera. Mujeriego, pendenciero, hombre de pocas palabras y notas muy medidas, murió al caer –o arrojarse– desde la ventana de la habitación de un hotel de Amsterdam. Precisamente dio su último concierto en el conocido Johnny madrileño –Colegio Mayor San Juan Evangelista–. Después de innumerables avatares con la justicia de medio mundo, pasar por la cárcel, ser deportado de varios países y recibir una dura paliza en San Francisco, tocó fondo y se retiró a principios de los setenta. Tras un periodo de desintoxicación reinició su carrera y llegó a participar en célebres conciertos como el de Gerry Mulligan en el Carnegie Hall de New York, en el 74, o con Elvis Costello ya en los 80. La tortuosa vida de una de las grandes referencias del jazz, marcada por completo por su adicción a las drogas, se vio recompensada en parte con un estrellato que artísticamente al menos le valió el respeto del público y de otros compañeros y figuras de la música.
«Chet Baker, que nunca tuvo una casa, es un personaje de hoteles y prisiones. Los alternaba con los conciertos. El 31 de julio de 1960 lo encontraron tirado en el baño de una gasolinera de Lucca (Italia) tras meterse un chute. Entró en la cárcel en agosto de 1960 y salió en diciembre de 1961. Su arresto fue un gran escándalo, porque la combinación de artista y heroína entonces era muy novedosa en Italia. Chet ya era famoso y le aplicaron una pena severa, a modo de ejemplo. "En la cárcel estaba prohibido tener instrumentos musicales, pero en su caso se hizo una excepción. Porque el hijo del director era amigo nuestro. Le dijimos: 'Mario, Chet es un gran artista, es un pecado que la música sea privada de este talento. Intenta echarle una mano, intenta hablar con tu padre, a ver si puede hacerle un favor…. Ci parlerò, dijo Mario -Hablaré con él-'. Cualquiera que conozca Italia sabe, al oír esa expresión, que estaba hecho. Volvió y nos dijo: chicos, lo he conseguido. Desde hoy, Chet podrá tener su trompeta… È stata una bella conquista." Relata un vecino de Lucca, y músico de jazz.

Chet tuvo la suerte de que en Lucca, una pequeña y hermosa ciudad toscana que hoy tiene 80.000 habitantes pero entonces muchos menos, había una activa colonia de aficionados y músicos de jazz. La noticia del arresto de Baker en el pueblo fue un bombazo. No se lo podían creer y fueron al juicio a ver a su ídolo. Pero hicieron algo más. Consiguieron meterle una trompeta en la cárcel. Chet Baker tenía permiso para tocar dos horas cada tarde y la prisión se paraba para escucharle. Pero también la gente del pueblo iba a los muros de la cárcel para el concierto vespertino, como un ritual cotidiano.

"Nos subíamos a la muralla y su celda estaba muy abajo. Entre la altura y la distancia no se oía muy bien y además a esa hora soplaba el viento de poniente. Pero iba toda Lucca, no sólo a escuchar, sino a hacerle sentir nuestra compañía. Era sensacional, en el cielo de la tarde se expandía la música, una cosa mágica que se me ha quedado en la memoria", cuenta una de aquellas personas. Los que eran amigos del hijo del alcaide subían a su casa, a un estudio en el último piso. "Al atardecer se oía la música, llegaban las notas bellísimas, sentimentales… Desde allí se oía muy bien y nos sentábamos en los sillones a escucharle. Era bellísimo, y pensando que tocaba en una celda, y que sufría por eso, era aún más emocionante", recuerda otro.
»
Extracto del post «La vida italiana de Chet Baker», del blog de «El Correo.com»
En la segunda parte de la década de los 60 destacó un personaje que participó activamente en el despegue de la psicodelia californiana. A través de trabajos tan sustanciales como el debut de los Jefferson Airplane, formando parte del grupo Quicksilver Messenger Service o liderando su propia banda, Moby Grape –tan legendaria como maldita–, Alexander "Skip" Spence apretó el gatillo que disparó la bala del fracaso cuando se convirtió en un adicto a las drogas. El consumo compulsivo de estupefacientes le ocasionó graves problemas mentales y un progresivo y exponencial deterioro físico que no le impidieron realizar, no sin serias dificultades, una obra maestra reconocida tres décadas después, que lo ha convertido en figura de culto entre un sector de la audiencia con inclinaciones alternativas. El álbum Oar se produjo tras seis meses de internado en un hospital psiquiátrico, con contenido de corte folk–rock que traspasa el límite de la genialidad gracias a la turbia presencia de los acordes psicodélicos. Spence pasó los últimos años de su vida en la más absoluta indigencia, malviviendo en la calle, víctima de sus múltiples adicciones y de su deterioro físico y mental. Murió en 1999, a los 53 años.

Otro ejemplo de conflictividad emocional lo constituye Nick Drake. Nació en Birmania durante el periodo de residencia de su padre como ingeniero de una compañía inglesa, por lo que su nacionalidad es británica. Fue un cantautor intimista para círculos reducidos de audiencia. Sus composiciones son finas y elegantes, con gran carga poética. En el plano artístico podría simbolizar el antiestrellato por antonomasia –jamás concedió una entrevista ni actuó en un escenario–. Su insomnio crónico y sus continuas crisis depresivas quedaron reflejados en textos crudos y desgarradores no exentos de profundo lirismo. Su música es sensible y cálida y ha servido de inspiración para artistas que se han declarado fervientes admiradores de su trabajo, como Badly Drawn Boy,
Serge Gainsbourg y Jane Birkin
Robert SmithThe Cure–, Peter BuckREM–, Kate Bush, Paul WellerThe Jam; amigo personal de NickElton John, los miembros de Blur, Elliott Smith, Tom VerlaineTelevision–, Jackson Brown o Bill Callaham, por citar algunos. Editó tres LPs de 1969 a 1972, siendo el último, Pink Moon, el más reconocido –aunque particularmente los dos primeros me parecen mejores trabajos, sobre todo el segundo, Bryter Layter, que contenía una de sus mejores piezas, Northern Sky–. Se suicidó en 1974. En otro eje, marcado por su heterogeneidad, puede destacarse a Serge Gainsbourg, artista multidisciplinar francés cuya principal aportación comercial a la música fue el célebre y erótico Je t'aime… moi non plus –que popularizara Jane Birkin, entonces su mujer–, pero que también realizó incursiones en el cine y la poesía –aunque su vasta producción musical, tanto personal, como para otros artistas o para el cine, sobresale con notoriedad–. Precisamente algunas de las piezas con menor difusión comercial forman parte de la herencia de obras marginales que gozan de mayor reconocimiento fuera de los círculos convencionales –véase el caso de Manon, sin ir más lejos–.

«- Si eres tan infeliz, Nick, ¿porqué no te suicidas?
  - Es algo demasiado cobarde, y además no tengo coraje.
»
Conversación entre Nick Drake y Sheila Wood
El prototipo de alucinado dictador generador de división de opiniones, con manifiesta conflictividad en las relaciones sociales y rumbo caótico, puede estar representado por Don van Vliet, más conocido como Captain Beefheart, quien es considerado un genio por un sector de incondicionales seguidores, frente a buena parte de una audiencia que ni entiende ni acepta sus propuestas. Aunque inició su carrera cantando blues y R&B junto al guitarrista Alex Snouffer, con quien se unió para fundar la Magic Band, y tras acoger en su seno a músicos de la categoría de Ry Cooder, inició una extraña carrera al margen de todos los cánones establecidos hasta ese momento. Su egocentrismo patológico lo llevó a continuos enfrentamientos con el resto de miembros de la banda, con quienes mantuvo una crispada relación que se veía acentuada además por su carencia de formación musical. A menudo se oye hablar de algunos mitos que van Vliet contribuyó a alimentar para salir al paso de las innumerables críticas negativas que recibían tanto sus composiciones como el desarrollo de los procesos creativos y productivos de dichos trabajos. El cantante culpabilizaba a arreglistas, productores y músicos de los fracasos comerciales de sus creaciones e incluso chocó con Frank Zappa en varias ocasiones a raíz de la relación artística que mantuvieron –Zappa le produjo el álbum Trout Mask Replica dándole libertad absoluta para expresar su cuestionable creatividad y van Vliet colaboró en varios discos del guitarrista–. La síntesis de su carrera está representada por el mencionado LP, de 1969, que provocó un rechazo mayoritario del público en general, frente a un grupo de incondicionales seguidores calificados habitualmente como chiflados o, en el mejor de los casos, señalados como simples snobs. De lo que no cabe duda es que la obra ha generado la suficiente polémica como para prestarle atención, y que pueden encontrarse textos, artículos, ensayos y referencias de todo tipo tanto de su proceso de producción como de su contenido. Posteriores trabajos editados tras el controvertido álbum siguieron una línea similar hasta que a mediados de los 70, después de colaborar en varios discos de Frank Zappa, Captain Beefheart varió su rumbo estilístico en busca de conceptos más accesibles y comerciales que defraudaron a unos seguidores que, en un ejercicio de ironía justiciera, rebautizaron la Magic Band como la Tragic Band. Tras una trayectoria plagada de irregularidades y altibajos, finalmente se retiró al desierto de Mojave, en California, para dedicarse a la pintura –disciplina en la que continuó su experimental carrera artística aplicando a sus creaciones lo que se ha calificado como estilo neo–primitivo–abstracto–expresionista–. Murió de esclerosis múltiple en 2010.

Syd Barret con Roger Waters,
fundadores de Pink Floyd
En el lado opuesto al anterior, en lo creativo, podemos situar a un hábil autor que desde que era niño llamó la atención de sus semejantes por sus dotes innatas para el arte. Se llamaba Syd Barret y había nacido en Cambridge, Inglaterra, en enero de 1946. Ya en la adolescencia tocaba varios instrumentos, componía música, pintaba cuadros y escribía poesía. Conoció a Roger Water y a David Gilmour durante sus estudios de pintura en la Escuela de Camberwell –éste último lo ayudó a perfeccionar su estilo de ejecución de la guitarra–. Pronto se unió al grupo que Water había formado junto a Nick Wright y Dave Mason, y tras una primera incursión al R&B rápidamente llamaron la atención de la escena musical inglesa haciendo el mejor y más avanzado rock psicodélico de las islas, abanderados por la fuerza expresiva y la creatividad de las composiciones de Barret. Tras grabar el aclamado álbum debut como Pink Floyd en 1967 –un significativo hito en la historia del rock–, Barret se vio inmerso en su desafortunado idilio con el LSD. A partir de entonces sus intervenciones públicas y sus apariciones en los escenarios resultaban patéticas, vacías de contenido y terriblemente desafortunadas, hasta el punto de que Water tomó la decisión de no contar con el músico para las actuaciones en vivo, sustituyéndolo por David Gilmour –quien también se incorporó a los trabajos de estudio–. Aunque Barret participó en el segundo álbum de Pink Floyd, su falta de responsabilidad, inconstancia y errático comportamiento, debido a su adicción a los estupefacientes, obligaron al grupo a prescindir de él como miembro permanente. Tras un par de realizaciones en solitario, en las que participaron Gilmour y Water como productores, y después de un irregular periodo en el que intentó iniciar una nueva etapa con el grupo Star, que no llegó a funcionar, Syd Barret terminó por abandonar la escena pública y se recluyó literalmente en casa de su madre para dedicarse a la pintura. Este artista irrepetible dejó un conjunto de grabaciones inéditas, ensayos e improvisaciones registradas en sesiones de estudio, que fueron editadas posteriormente ante la demanda de compañeros y seguidores. Tras veinte años de anonimato, una revista lo entrevistó en su casa y el músico manifestó no acordarse de Pink Floyd ni de sus miembros, ni tampoco de ningún acontecimiento relacionado con aquella etapa de su vida. Falleció a los 60 años debido a una enfermedad cancerígena.

De regreso a Estados Unidos, aunque lo más destacado de la carrera de Todd Rundgren se desarrolló durante la década de los 70, inició su trayectoria a finales de los 60, cuando editó sus tres primeros álbumes con el grupo Nazz. Su inagotable creatividad lo llevó a grabar dos LPs más, ya en solitario, antes de cumplir los 20 años. Considerado un perfeccionista y solvente técnico de sonido, ha participado como productor y compositor en obras de muchas superestrellas del rock. Me quedo con sus primeros trabajos en solitario a partir de los 70. La prolífica colección de temas incluidos en realizaciones como Something/Anything (1972), A Wizard–A True Star (1973) o Todd (1974) son una muestra de la exuberante expresividad de este delgaducho compositor, productor y multiinstrumentista capaz de ingeniárselas por sí sólo para grabar sus personalistas álbumes. Un modélico representante del talento de Philadelphia.

Por otra parte, aunque el blues de por sí no tuvo unos comienzos fáciles –tal y como apunté en el capítulo anterior–, tampoco está exento de intrahistorias dentro de su propia marginalidad inicial. Uno de los muchos ejemplos lo tenemos en Mel Brown, toda una leyenda para los iniciados y especialistas en el género, nacido en Jackson, Mississipi, en 1939. Allí aprendió a tocar la guitarra a los 14 años, cuando su padre le regaló una Gibson Les Paul y un pequeño amplificador para que se entretuviera en la cama mientras pasaba la meningitis. Llegó a tocar con Sonny Boy Williamson en 1953, y en 1958 y de nuevo en 1963, con la Johnny Otis Band. Después formó parte de la banda de Etta James y posteriormente trabajó como músico de estudio acompañando a Johnny Guitar, Billy Preston y Sam Cooke. También fue invitado a participar en discos de T-Bone Walker, John Lee Hooker, B.B. King, Buddy Guy o Albert Collins, entre otros, lo que puede dar una idea de la categoría profesional de este guitarrista. Aunque permaneció en activo hasta la entrada del nuevo siglo, sus mejores trabajos los realizó entre finales de los 60 y principios de los 70. Los más significativos quizás, Fifth (1970), que contó con la colaboración de su padre, y el sensacional I'd Rather Suck my Thumb (1969), que contenía su mayor éxito Eighteen Pounds Of Unclean Chitlins, que luego fuera reeditado en el recopilatorio Eighteen Pounds Of Unclean Chitlins And Other Greasy Blues Specialities, con el que alcanzó una limitada popularidad. Un claro ejemplo de artista al que el mercado no ha hecho justicia.

Por último, me gustaría rendir un homenaje personal a uno de mis guitarristas de referencia. Excepcional compositor, profesional ejemplar y honesto representante de una casta de incansables músicos que, sin conocer el estrellato, no han parado de realizar incursiones en otros marcos de actuación y de buscar la realización personal al margen de las concepciones comerciales establecidas. Y, como en el caso del bueno de Ry Cooder, ciertamente han obtenido esa solvencia y respeto ajeno a la celebridad en círculos reducidos e intelectuales que han sabido reconocer la genialidad del artista. Su virtuosismo interpretativo ayudó inicialmente a su despegue profesional acompañando a figuras tan dispares como The Seeds, Taj Mahal o Captain Beefheart. De él se ha llegado a decir que es el mejor guitarrista con slide de la historia y que «un disco en el que toque Ry Cooder no puede ser malo». Es conocido además por haber compuesto e interpretado la banda sonora de la excepcional película París, Texas, de Wim Wenders, y por haber encabezado el proyecto de reunión de la mítica Buena Vista Social Club, en La Habana (Cuba) –del que también realizó un documental Wim Wenders–. Sin embargo, sus trabajos en solitario no han alcanzado un nivel de popularidad acorde con las expectativas para las que fueron concebidos y ninguno de ellos ha obtenido el éxito comercial esperado. Poca gente conoce su vastísima producción para el mercado cinematográfico o participando en discos de renombre de Eric Clapton, John Hiatt o Bobby King & Terry Evans; además, Ry Cooder ha colaborado con artistas de la talla de Rolling Stones, Little Feat, The Chieftains o U2, entre otros. Nacido en Los Ángeles (California), en 1947, se dio a conocer acompañando a Taj Mahal durante 1965 y 1966 y pasó fugazmente por la Magic Band del Captain Beefheart –con quienes grabó Safe Milk en 1967– pero no inició su carrera en solitario hasta 1970. En 2012 publicó su último trabajo, el álbum Election Special, con la excepcional producción que ha caracterizado siempre sus realizaciones, y que ha encontrado cierto eco popular por su marcado carácter de protesta social contra las políticas seguidas por los EE.UU. Posiblemente, su sencillez, humildad y cercanía le hayan impedido convertirse en una gran estrella.

Johnnie Ray, «El Llorón»
Se quedarán en el tintero muchos otros protagonistas de intrahistorias dentro de las historias paralelas a los acontecimientos que conformaron las fábulas, murmuraciones e intrigas de todo lo que llevamos andado hasta ahora, a lo largo de estos capítulos. Empezando por personajes como el joven bluesman Robert Johnson, de quien se decía que había firmado un pacto con el diablo y fue el primero en ingresar en el club de los 27, pasando por Johnnie Ray –conocido como el llorón–, un homosexual sordo, pionero del Rock and Roll, que no se atrevió a salir del armario y lloraba en el escenario, o Donny Hathaway, el espectacular y exitoso cantante soul que, incapaz de soportar sus miedos y conflictos internos, terminó por arrojarse al vacío desde la ventana de un hotel cuando todo en la vida le sonreía. Y qué decir del desgraciado galés Pete Ham –líder del grupo Badfinger, aspirantes a recoger el testigo de los Beatles–, un espíritu frágil incapaz de reaccionar a los reveses de la industria y sus pícaros agentes, que buscó refugio en el alcohol hasta que terminó por ahorcarse dejando una nota manuscrita donde manifestaba que ya no podía confiar en nadie. Hay otros ejemplos con los que se ha cebado la mala fortuna, o a los que les cuesta cien veces más que a los demás subir cada peldaño, a pesar de su manifiesta calidad artística: Tim Buckley, John Hiatt, Nils Lofgren, Robert Wyatt, Scott Walker, Chris Jagger, Peter Hammill, etc.

Al final de los sucesivos capítulos aparecerán nuevos personajes cuyas historias discurrieron durante posteriores etapas, como Johnny ThundersNew York Dolls–, Mark AlmondSoft Cell-, Ian CurtisJoy Division–, Elliott Murphy… Para todos ellos vaya un respetuoso reconocimiento.

Safe Creative #1412262839714

No hay comentarios :

Publicar un comentario